Carta a Alicia


 

Cuando le sube la hormona y emula a Ciutadans por el flanco marciano, se torna un partido marginal

08/09/2011

Pilar Rahola

PILAR RAHOLA

En lo personal, tengo un gran cariño por Alicia Sánchez- Camacho. Su calidez emotiva, su capacidad profesional, e incluso su coraje en asumir el reto de conciliar la condición de familia monoparental con el liderazgo político, me resultan valores intrínsecos que valoro. Sin embargo, el perfil político de Alicia me parece menos sólido y más inestable que su solidez personal. Y lo digo a sabiendas que ha conseguido algo francamente difícil en su partido: cohesionar sus enconadas familias y dotarlas de moral de victoria. En cierta medida, el “milagro Alicia” ha venido parejo al “milagro Rajoy”, auténtico artífice del buen momento del PP, y probablemente ha sido Rajoy quien ha posibilitado el éxito de su homónima catalana. También es cierto, sin desmerecer a Alicia, que el PP está en racha y que el socialismo está en su momento más bajo y que todo suma más allá de sus propios méritos. Pero existe un abismo enorme entre situar bien a un partido en la carrera electoral y convertirlo en una opción seria y troncal en un territorio. Y es aquí, en esa perspectiva de futuro, donde Alicia es más inestable y menos sólida, es más hooligan y menos líder. Por supuesto hay momentos políticos en los que parece que el PP catalán sea un partido de seny, capaz de mantener sus posiciones sin alzar banderas ultramontanas más propias de otros derroteros radicales. Pero cuando le sube la hormona y emula a Ciutadans por el flanco marciano, se convierte en un partido marginal, con vocación de trinchera y cuya capacidad de influencia se reduce al griterío del titular y a la palmadita en los micrófonos mesetarios. ¿Es eso lo que quiere ser el PP catalán, el bastión irredento de los discursos más radicales? Porque hay una diferencia enorme entre defender posiciones ideológicas y quedarse fuera del consenso mínimo de toda una sociedad. Y eso es lo que hoy por hoy está haciendo el PP, quedarse fuera del consenso mínimo, quedarse fuera del sentido común y quedarse fuera del mapa catalán. ¿Está seguro que eso le dará votos al amigo Rajoy? Puede en Albacete o en Murcia, pero también es seguro que conciliará un gran rechazo en Catalunya, y que el voto anti-PP volverá a sus andadas.

Quizás Alicia debería recordar que fue en Catalunya donde perdió Rajoy.

Y más allá de las bondades o maldades electorales, ¿realmente es esto el PP, el hermano mayor de los sectores más anticatalanes, algunos de los cuales surgidos históricamente de planteamientos abiertamente fascistas? ¿O no recordamos de dónde vienen algunos de los que ahora hablan de “tolerancia lingüística”? Por cierto, que nunca tan bella palabra, “tolerancia”, estuvo en boca tan sucia. Se trata, pues, de una cuestión de opciones. O el PP escoge ser un partido conservador, moderno y de consenso, o el banderín de enganche de todo el territorio anticatalán más irredento. Por supuesto, facherío incluido.